El del 52 fue uno de los inviernos más fríos. Por aquel entonces yo ya me había acostumbrado a dormir apenas un par de horas diarias, atento a las pesadillas, los antojos y a las patadas. Permanecía las noches en vela con la luz de la mesilla encendida tomando notas en mi libreta y dibujando bosquejos. Ella se despertaba una o dos veces por noche, exhausta y a menudo llorando. Las pesadillas habitaban sus sueños atormentándola a ella y también al niño. Aquel no había sido un gran año que digamos, todos habíamos sido marcados por profundas cicatrices, algunas físicas y otras aún más dolorosas.
Allá por septiembre supo que se trataba de un varón, un niño de cabello cobrizo y ojos grises como su padre. Pero esa noche cuando despertó cubierta en sudor y lágrimas me miró, y al mirar en esos pozos sin fondo que lucía por ojos, yo también pude verlo.
–Ha de nevar –sollozó–. Sólo si nieva él nacerá.
Sus palabras cayeron sobre nosotros como un jarro de agua fría, y fue como si al decirlo, la realidad se hubiese vuelto aún más tangible. Yo, que había mirado a la muerte a la cara, y le había burlado en más de una ocasión, sentí miedo, un miedo que nunca había experimentado.
(continuación aquí)
Charlie por delante, y Elito a la carrera.
voy directamente a leer la otra parte, a ver que pasa con ese dolor guardado
ResponderEliminar(vale, voy a leer la continuación, a ver qué pasa)
ResponderEliminarEsta primera parte es muy muy buena, siento incluso el frío.
besos
desde
lejos de
pArís
Pobrecillos, que un niño muera al nacer debe ser horrible :(
ResponderEliminarMe quedo por aquí, ¡muuua!