Al
asomarse a la orilla del universo, ahuecó las manos y vio cómo le
cabía el mundo entre las palmas. Todo era suyo: radiante y puro,
efímero y salvaje.
En
sus ojos se arremolinaban dioses impasibles y eternos, los mismos que
a veces amenazaban con romperlo todo en pedazos. Y desde aquellas
pupilas luminosas, suspiraban y añoraban el hogar que ahora era del
hombre y que, si volvían a tocar, temían deformar; despertar
un caos que, pese a
palpitar a veces en el pecho humano y hacer de la miseria un eco
profundo y duradero, hacía siglos que dormía.
De
pronto se relamió los labios y la cabeza se le llenó de palabras,
surgidas de un corazón hecho de jirones y restos de un lugar cruel e
imperdonable. Y aunque los latidos a destiempo, torpes como una tos
mal curada, traían consigo el desastre, también daban pie a
maravillas increíbles que desbordaban por sus dedos.
−Hoy
quiero ser vida.
A
su alrededor, el infinito se retorció y transformó, y los colores
fueron difusos y el aire se cargó de una euforia extraña y pesada.
El mundo volvía a nacer, y de nuevo cabía entre las palmas de sus
manos.
Todo
era suyo: radiante y puro, efímero y salvaje.
(está bien saber que esto ha nacido del
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