Tenían
los pies fríos y las manos heladas porque la calefacción hacía ya
días que se había estropeado. Fuera nevaba, y aunque estaban a unos
pasos de la casa ninguna se atrevía a salir del coche. Ante la
espera interminable a que el coraje decidiese asomar por la
ventilación, Rutia marcaba con los dedos en el cristal el compás
que los copos de nieve debían seguir en aquel vals en mitad de la
noche.
–Nos
vamos a perder la cena.
En
realidad, ninguna tenía hambre. Aska tenía el estómago cerrado
desde hacía hora y media y Rutia ya había cenado, porque “seguro
que tenemos que salir corriendo pronto, y no creo que quiera cocinar
cuando lleguemos a casa”. Querían evitar el desastre, pero
parecía que tarde o temprano ambas terminarían vomitando de los
nervios.
–¿Van
a odiarnos?
Aska
se acarició la enorme tripa cuando las palabras le salieron a
trompicones, casi un grito a modo de susurro. Al final de la noche,
pasara lo que pasara, vomitara o no, por supuesto que tendría que
comer.
Rutia
se rió entristecida y después resopló, todavía con la sonrisa
torcida en la cara.
–Por
supuesto que van a odiarnos. Todos los años nos odian, y este seguro
que nos odian más todavía. Creo que ya me he mentalizado con la
cantidad de insultos que me van a llover de tus primos, y ya verás
las lamentaciones que van a caer para el bebé cuando te vean la
barriga. Pero al menos están tus padres, yo qué sé.
–Nos
podrían elegir a nosotras por una vez, en vez de obligarnos a
enfrentarnos a esto como siempre. No sé, se supone que nos quieren,
¿no? ¿Por qué siempre está el resto de la familia antes que
nosotras?
Ninguna
sabía cómo responder, aunque el sentimiento escocía y a veces
hormigueaba en la punta da la lengua, quemando como un caldero al
fuego deseoso de derramar toda una sarta de palabras que luego
podrían llevar al arrepentimiento. ¿De verdad las familias
funcionaban así, en escalones de poder, en subir peldaño tras
peldaño mirando por encima y derribando y escupiendo a quien
encontrases a tu paso? Porque entonces Rutia y Aska sabían que nunca
lograrían ascender, y que tampoco querían hacerlo.
–Ya,
no sé, supongo que hacen lo que pueden. Aunque es una mierda, la
verdad.
Chorrada que acabo de escribir
por ver si no estoy tan oxidada como creo.
Yo qué sé.
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