por miedo al roce con extraños.
Tu indómita cintura se acurrucó en mi costado.
Noté tu palpitar, tu sed constante,
tus pies de plomo en el asfalto;
el suelo en llamas de un verano herido.
Me quitaste el libro de las manos:
mi Hamlet, tan gastado.
Se iluminó el verde. Tu sonrisa fue vaga.
Yo seré tu príncipe, mi Ofelia, murmuraste,
y el cariño galopó en mis venas.
Y andamos, entre ruido ajeno y cláxones vacíos.
Lo que hacen las tardes cansadas
releyendo clásicos.
Los clásicos siempre traen buenas reflexiones :)
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