Noviembre tenía la
capacidad innata de arrastrar tragedias, centenares de historias
desafortunadas a su paso. Porque todo se desmoronaba a su alrededor,
y al final siempre se le escurría el polvo entre los dedos y le
temblaban tenue las rodillas.
Era como un faro de
infortunios con apenas once años, como si el brillo de su pelo
oscuro y sus rizos revueltos atrajeran las miles de bestias que
amenazaban con emerger bajo su cama. El epicentro de todos los males
en un corazón demasiado pequeño y endeble para contenerlos.
Los monstruos aparecían
a su vera en los meses cálidos, cuando su cuerpo sufría más
expuesto, y las violentas rozaduras le quemaban la piel ahí donde
más sensible se veía: las muñecas, la espalda, la garganta, los
tobillos... toda ella parecía marcada por un látigo de fuego que la
perseguía sin cesar.
Se acostumbró al frío,
a cubrirse cuando aún siquiera había comenzado a refrescar, y al
recuperar su minúscula fuerza se le escapaba débil la sonrisa. Y
todos achacaban su felicidad a los daños recurrentes, como si la
niña de los monstruos se encargara de fortalecer las desgracias
ajenas.
Pero incluso con las
cientos de capas que la defendían, el frío traicionaba rápido, y
no hay quien proteja de los resfriados. Y con cada estornudo, su alma
se escondía en el recoveco más profundo, mientras miles de demonios
se agolpaban en la punta de su nariz como virus y bacterias deseando
penetrar en su oscuro fondo con ansias palpitantes.
Porque Noviembre no podía más que asumir lo inevitable, y todo terminaba con una niña detestada rodeada de
cítricos a montones y llantos frente a la sopera, mientras ojos
peligrosos la observaban desde las esquinas.
menos de tres semanas para mi cumpleaños,
y lo único que pienso es que el mes más triste guarda demasiada pena.
Podría acostumbrarme a leerte. Me ha gustado. "No hay quién proteja de los resfriados"
ResponderEliminar