"Las personas se miden por la soledad que soportan,
y la mía es mi mayor capital"

nervios de acero y luchadora.



La molestia del ala herida nos agarrotó el cuerpo, y la luz se filtró a través de nuestros párpados cerrados. No pude reprimir un quejido, y mi miedo notó el dolor palpitante. Otra caricia, más suave, nos recorrió el pelaje, y sentimos aquella dulzura extraña que no nos era familiar. Olía a sal, canela... se nos hizo la boca agua.

Y con el hambre, me llegó el recuerdo de las bestias que me asistieron en el pozo. Recordé la muerte, la sangre y la fatiga, y se me erizaron las plumas. Las caricias volvieron, aún más delicadas, y mi miedo me instó a dormir, a mantener la calma. Tan solo había sido una pesadilla. Se me reguló el pecho, me acurruqué entre aquellos olores humanos, cómodos y simples. Me dejé acunar por el sueño y me dormí, entre voces lejanas y extrañas que hablaban de pájaros y heridas; de plumas y alpiste.





Wendy estaba acurrucada a mi lado, pequeña y diminuta como era. Su respiración me acariciaba el pelaje, creando finas ondas que revolvían mis plumas. Mi miedo, relajado entre los recovecos de mi pecho, andaba sumiso y calmado; aún así, podía escuchar su voz tranquila susurrando en mi oído que las cosas no iban bien, que el miedo de Wendy entraba en pánico a cada rato, que no sabía qué iba a pasar. Cuando abrí los ojos y vi a mi gorrión con su cabeza en mi costado, toda duda desapareció. Sus ojos cerrados sin tensión, sus nervios de acero y luchadora apaciguados por el sueño. Toda ella, la Wendy libre, se estrujaba entre mis plumas y me empapaba las arterias de un calor sofocante que partía mi miedo y mi respiración en dos. Era un sentimiento latente y amargo, ese que los humanos suelen identificar con amor y que en nuestra especia a veces carece de sentido. Pero, en aquel momento, juré que era amor.

Y entonces, la respiración agitada, los nervios como escarpias, las plumas erizadas y el pánico inuncando sus pupilas. Su miedo se enervó y el mío dio un brinco en mi costado; ambos cuerpos nos revolvimos nerviosos, y Wendy comenzó a mover las alas con fuerza: un pájaro ansioso, desesperado, hambriento de libertad. Porque Wendy golpeaba incesante contra los barrotes, con su miedo lacerante dominando sus movimientos y escupiendo por su boca; todo eran chillidos y gritos, agonía, oscilaciones confusas por parte de Wendy, casi mecánicas, contra los metales que nos rodeaban. Porque estábamos enjaulados. Por eso luchaba Wendy: por recuperar su trono de hija de la libertad. Porque estábamos enjaulados. Estábamos en una jaula.

2 comentarios:

  1. Ay, pobre Wendy, joder, no hay peor cosa que te roben la libertad cuando eres la hija de ésta, cuando nada te ata, ni si quiera la vida.
    (seguro que escapan, seguro)

    abrazos fuertes

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  2. lo que me alegro de haber encontrado tu blog. me parece que escribes muy bien -más que bien, realmente-.

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