Las palabras de Louie caían despacio, como si temiera que con su peso los hombros de Lauren cediesen por completo. Pero a Lauren ya no le quedaba nada que cargar, nada que arrastrar ni sostener sobre la espalda.
Se había quitado un lastre, un peso muerto, y ya tan solo quedaba una ausencia hueca que le acariciaba la piel de la nuca. Era un vacío extraño y apacible, y pese al dolor de la pérdida que le atacaba como un cuchillo certero hundido en la carne, sabía que la hoja cedería y que la cicatriz no duraría para siempre.
Porque el verano no era eterno, y las heridas tampoco.
A veces las heridas parece que no paran de sangrar nunca, que dolerán siempre, que escuecen constantemente y para la eternidad, pero, de repente, sin darte cuenta, dejan de doler, de escocer y desaparecen.
ResponderEliminarabrazo fuerte
La frase final describe mi vida actual. Por si faltara mucho para empatizar con estos pequeños.
ResponderEliminarMenos mal que hasta el eco de las peores palabras se marcha y solo sobrevive lo bueno. Al final.