"Las personas se miden por la soledad que soportan,
y la mía es mi mayor capital"

lobos.

Cuando la enorme puerta ardió y se hizo cenizas, y las raíces que la amarraban al suelo se ocultaron y huyeron, Ninet salió corriendo y se adentró en lo oscuro, aunque la noche no dejara de asustarla.

Sus pasos eran zancadas y sus pies se hundían en el fango, porque la lluvia lo empapaba todo y la tierra parecía querer aferrarse a ella e impedirle la huida. Mirar atrás no estaba permitido si no quería notar los golpes en su carne y la piel amoratarse, y el corazón le martilleaba fuerte para recordarle cuántos clavos invisibles la habían anclado a un lugar donde sangraba y ojos enormes sonreían cada vez que Ninet se volvía un charco oscuro y luego un mar.

Una piedra en mal lugar la precipitó contra el suelo, y por culpa del barro y la lluvia Ninet se llenó de frío y rompió a llorar, moqueando y rezando a dioses que no entendía y a los que tampoco sabía rezar: le imploró al Dios Clavo que la soltase y la dejase marchar, le suplicó al Dios Lluvia que no la tocase, y hundió sus dedos en el suelo para que el Dios Tierra viera su compromiso y no pusiera a más guerreros en mitad de su camino, y que si así lo querían besaría cada piedra que encontrase y haría pirámides donde en cada una hubiese un poema donde los dioses fueran amados. 

Cuando se puso en pie, temblando de miedo y de frío, la tormenta empezó a amainar y Ninet miró al cielo y con sus dedos hizo gestos que había visto a su madre, dando las gracias a quien la hubiera escuchado. Siguió avanzado y se negó a parar, cojeando, arrastrando las manos por los troncos de los árboles para que el bosque notara que la poca dulzura que le quedaba en el cuerpo se la regalaba a él y sólo a él. Al llegar a la orilla del lago se desvistió y se quitó las vendas, entró en el agua aunque estuviese helada y notara cómo el cuerpo se le encogía por completo al chocar contra el frío.

Desde lo profundo del bosque, los aullidos cantaron y la niña se preguntó a qué dios rezaban los lobos para que la manada fuera fuerte, la caza un éxito, y el bosque siempre fuera una muralla impenetrable. Se limpió las manos embarradas y manchadas de sangre, despacio y con mimo, acostumbrándose al agua, y muy bajito Ninet pidió un deseo sin que ninguna deidad durmiente pudiese escuchar.

-Yo también quiero ser un lobo.

Alzó la vista y empapada en lágrimas miró a la luna, llena y completa. Apretó los puños, deseando que fueran garras que le ayudasen a no tener miedo nunca más, y aulló, uniéndose al coro lejano que se escondía tras los árboles.

Y desde la otra orilla, Francis vio a Ninet y aulló con ella, porque los dos tenían que llorar lo indecible para ignorar el mundo hecho añicos que se ocultaba tras su espalda, rogando a la primera sombra oscura del mundo que ellos también querían ser hijos del bosque.


Texto para el Proyecto Semanas
y preludio de lo que fueron mis lobos.

2 comentarios:

  1. Mira, no puedes desaparecer durante un tiempo y aparecer con textos así cuando yo estoy con la regla y tú escribes puto genial ¿vale? ¿VALE? pues eso. Que me has hecho llorar, que se me ha roto el corazón con la última frase, que me retuerces por dentro. Que eres increíble, que escribes increíble, que todo increíble aquí si tú lo haces así.

    ResponderEliminar
  2. Lo tuyo no son letras sin más, no son textos sin más. Lo tuyo es magia pura, Elito. Lo tuyo es Arte. Así, con mayúscula.

    ResponderEliminar

Puedes dejar algún suspiro que otro. Bueno, si quieres.