plumas y costillas torpes

Antes

Sin media palabra, salió volando. Otra vez. Otra vez por miedo, por estrés, o qué sé yo. Pero fue sofocante verla huir otra vez. ¿Y qué tenía que hacer yo? ¿Dejarla sola? No. No quería que fuese así. Estaba cansado de que Wendy huyese de todo, de que se alejase de repente y dudar entre si seguirla o no. Estaba cansado de que ambos tuviésemos miedo, y no quise dudar más: de nuevo, salí volando tras ella.

Tras unos segundos la alcancé, y conseguí estabilizarme en el aire. Wendy permaneció mirando al frente, agitando las alas con fuerza. Como siempre, andaba concentrada en su vuelo, y me ignoró, aunque seguro que había notado mi presencia. Siempre hacía lo mismo al volar. Tan solo existía ella, el viento, la libertad... Wendy. Y no pude evitar estremecerme al contemplarla; al ver cómo, cuando cerró los ojos, comenzó a volar en el aire, pirueta tras pirueta. Sus pulmones hinchándose despacio, su pico cerrado con fuerza, sus alas estiradas, el viento meciéndola... Era un espectáculo, y a su lado yo no era más que una ración de plumas y costillas torpes. Demasiado torpes.

Mientras la seguía, mientras Wendy se internaba en su burbuja de vuelo cada vez más y yo contemplaba lo magnífico que era verla libre y me olvidaba de mi miedo, todo pasó. Rápido, como pasan las cosas, o como quizá luego las recuerdas, para que duela lo menos posible ver las imágenes en tu cabeza. Y quizá por eso tan solo recuerdo fragmentos, golpes de viento, manchas de sangre, los niños al rededor... toda una secuencia a cámara rápida.

Ya sé que las entradas de Wendy y Alatriste

son más cansadas, que cuestan más de digerir,

que se hacen algo repetitivas, pero también sé

que quiero que se lean, porque ahora va a empezar

lo malo, y mis gorriones rotos necesitan

que les quieran.