Aparté
la mirada del ala y noté cómo mi estómago se estrujaba por el asco
de la escena: una rama me había taladrado el ala izquierda, y mi
cuerpo pendía de ésta. La sangre me había manchado las plumas,
erizándolas; era un puñado de pelaje crispado colgando de una rama,
y por más que lo intentara, por más que me agitaba y revolvía
aguantando el dolor, el brazo puntiagudo de aquel árbol me sujetaba
con firmeza.
Un
pequeño grito, justo debajo de mí, me sacó de aquel estado de
pánico en el que me encontraba para llevarme a otro diferente: Wendy
yacía en el suelo, con la pata rota. Me paralicé, y durante unos
segundos sólo pude contemplarla. La hija de la libertad había
caído, y yo, que había prometido protegerla, había caído con
ella. El miedo se me acurrucó en el pecho, y juntos contemplamos a
Wendy, notando cómo mis pulsaciones nos machacaban la sien. De
pronto, ella se movió: giró la cabeza hacia un lado y expulsó un
leve sonido, un ruido ahogado entre el dolor y el llanto. Mi miedo y
yo no aguantábamos más.
Me
agité, y chillé el nombre de Wendy varias veces. Noté cómo el
pulso se me aceleraba cada vez más, cómo mi miedo galopaba feroz
por mis entrañas, cómo entre sacudida y sacudida mi ala se
desplazaba lentamente por la rama. La tensión, la adrenalina.. todo
aumentó de pronto. De la nada, los niños humanos, que Wendy y yo
habíamos observado hacía sólo unos minutos, aparecieron. Me
señalaron, y yo seguí llamando a Wendy, con fuerza, intentando que
se despertase; mis movimientos eran cada vez más fuertes y
desesperados. Una astilla penetró en la herida, y reprimí una
arcada. Todo estaba saliendo mal, y la fatiga, el dolor y el miedo se
retorcían en mi interior. Sálvala. Sálvala. Pierde el ala si
hace falta, pero sálvala. Era lo único que podía pensar.
Madre mía ¡menudo nudo se me ha hecho en el estómago y la garganta!
ResponderEliminarLa salvará.
se salvarán.
abrazo
fuerte