Me dejaron sola, Rose.
Cerraron la puerta y me dejaron sola con la mirada intimidante de
aquel hombre de gris, tal como los antagonistas de aquel cuento, en
una habitación repleta de libros sobre tratados médicos y diplomas,
a los que yo no veía el sentido, colgando de las paredes. Allí
estaba yo, con la angustia aplastando mi cuerpo ante un desconocido
que me miraba entre el juicio y la desgana, como si fuese un
espécimen más de tantos, una rutina diaria y aburrida. Y si me
hubiesen abierto, si me hubiesen sometido a disección en aquel mismo
momento, todo lo que se podría haber visto era un cúmulo de miedos
jóvenes. Porque es cierto que, aunque por aquella época la valentía
me asaltaba a cada rato, tenía miedo, muchísimo muchísimo miedo. Y
dile tú al cazador que nunca tema del león.
Ni siquiera hubo el
típico tranquila, no te dolerá escapando por los labios de
mis padres, aun cuando la súplica se veía reflejada en mis ojos,
expectantes de la más mínima mentira que pudiera relajar mi cuerpo.
Porque lo estaba suplicando, Rose. No quería estar allí, no quería
explicaciones, ni mañanas encerrada en hospitales entre prueba y
prueba; quería la cura, rápida y efectiva, y que todo cayera luego
al Olvidadero, enterrando la congoja entre los mil túneles de mi
mimado laberinto. Y no hubo inyecciones ni enormes máquinas
evaluando mi cuerpo, tan solo la mirada cínica del hombre de gris y las
continuas instrucciones que yo seguía. Dibuja esto, escribe lo otro,
ese dibujo es feo, haz otro, y demás tareas que yo cumplía sin ver
lógica alguna, intentando cumplir unas expectativas que ni siquiera
conocía. Porque aquello era un psicólogo, no un hospital. Y por
supuesto aquel señor –nótese el resquemor implícito en mis
palabras, por favor– era un loquero, no un matasanos.
Y con su diagnóstico, me
echaron al bote de los niños malos. No se equivocó demasiado, pero
tampoco resultó de ayuda.
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Hace unos días dije por Twitter que hasta el día 28 no colocaría más entradas, pero he tenido que ceder. Con Samantha siempre cedo, no me queda otra.
Ahora sí, nada nuevo hasta el 28.
(hasta el 28 se te echará de menos,
ResponderEliminarpero al menos nos has dejado este texto
que es realmente genial)
un abrazo grande.
Voy a parecer idiota por no saber nunca qué decir. La culpa tuya, por dejarme sin palabras.
ResponderEliminarmuá, bonita.
No sé por qué, pero contigo siempre me quedo sin nada que decir. es como si no encontrase las palabras adecuadas para decirte lo que me han transmitido tus palabras. lo siento, pero lo único que puedo decirte es que genial.
ResponderEliminarAbrazo
explosivo.
"Me echaron al bote de los niños maños".
ResponderEliminarLos niños malos no existen, pero siempre nos intentan convencer de lo contrario porque es lo fácil.
Me ha roto.