No
escuché los gritos, ni los lamentos, ni los rezos ni las súplicas
mientras el nudo y la nausea se les hinchaba en el estómago, lo
mismo que no vi el pánico empapando pares de jóvenes ojos. No pude
oír ni una de aquellas voces, pero sí que noté el silbido del
metal cortando el aire, mis brazos frágiles zozobrando en pleno
vendaval, y aquel cosquilleo en el vientre cuando me tembló el
cuerpo entero y sentí cómo en mi ombligo se arremolinaban decenas
de almas asustadas.
Y
ahora sólo queda agua salada que me mancha la piel a cada rato, y
susurros en el aire que no entienden y a veces hasta piden a gritos
una explicación. Ya sólo me queda una cicatriz en la tripa, cada
día más limpia, cada día menos lastimera y con menos signos de
sutura, en la que noto las manos fuertes de todos aquellos que se
agarran cerrando los ojos y apretando los dientes como fieras.
Como
la piedra que ahora yace en mi pecho y me pide despacio y bajito que
no olvide, que cruce los dedos para que no se repita y tenga a bien
en abrazar a todos aquellos que un día aparezcan frente a mí, que
se caigan de rodillas y se derramen en mi tierra, y que rueguen por
favor que les devuelva a todos los que no quise acoger y se aferran a
mis piernas como niños perdidos.
Creo que es lo más duro que he escrito en toda mi vida,
y ni siquiera sé si está bien, si es de buen gusto,
nada de nada.
Pero a cada día que se habla de ello se me ponen
los pelos de punta, y joder,
cómo duele.
Ay, joder, Elito, es genial, especial, horrible, triste, magnífico. Hacía tanto que no te leía que ya se me había olvidado lo fabulosamente bien que escribes.
ResponderEliminar(no dejes de hacerlo, y a ver si nos traes más entradas que se te echa de menos)
amor de While.