ballet.

Aquella noche soñé con el ballet. Con las lámparas del cielo ya prendidas, los trajes elegantes paseando a los asientos, los siseos escabulléndose tras el telón. Soñé con el ballet, y apenas vi otra cosa que no fueran las pinceladas de Degas.

Las niñas correteaban y reían al verle sentado con su caballete frente a los camerinos, y las mujeres posaban rígidas y dignas, manteniéndose serenas y perfectas mientras se maquillaban con encanto; y yo, frente a uno de tantos espejos, con mis compañeras pinceles y lápices en mano, no hacía más que contemplarle a través del espejo.

Desviaba la vista mujer tras mujer, niña tras niña y vestido tras vestido, volviendo al momento a centrarse en la lámina, y me imaginé con soltura sus trazos fluidos, sus tonalidades oscuras y cálidas, la perfección de la textura del tul en su dibujo. Me vi a mí misma en su estudio, recolocándome la ropa, amedrentada por las bailarinas que me observaban desde los cientos de cuadros y bocetos colocados por los mil rincones del lugar; y lo vi a él, frente a mí, suspirando mientras sus pupilas me recorrían entera y sus manos palpaban mis muslos, pidiendo casi a súplicas que dejara quitarme la ropa.

Sus ojos se cruzaron con los míos a través del reflejo, y la polvera tembló en mi mano. Cuando por fin apartó la mirada, acabé por despertar.

Aquella noche soñé con el ballet, y apenas vi otra cosa que no fueran las pinceladas de Degas. Los lametones ansiosos contra mi piel, los tonos rojizos ante su tacto, la humedad nerviosa bajo el vientre. Y nada más. 

adónde me va a llevar la obsesión insana por los artistas