"Las personas se miden por la soledad que soportan,
y la mía es mi mayor capital"

vivir.

La puerta de cristal abierta ya insinuaba la fatiga, la nausea y el estómago revuelto que Ryan esperaba no volver a sentir nunca. Pero con Chester y Olivia, todo lo que quedaba era asco y miedo a partes iguales, la necesidad imperiosa de huir y correr que hacía cada articulación hormiguear y quemarle el pecho.

Al asomarse al pasillo, Ryan pudo ver a Chester en la celda de enfrente: a oscuras, tan solo iluminado por los flexos del pasillo, masticaba su pastoso desayuno con el gesto pasivo que seguramente le habían dejado las drogas de la madrugada. Cuando reparó en Ryan, Chester se relamió y estiró los labios en una sonrisa asquerosa; casi parecía salivar como un animal de presa. Entonces señaló hacia la izquierda, y Ryan automáticamente miró hacia ese lado del pasillo. Olivia.

El escalofrío fue brutal, y Ryan pudo escuchar aquella voz relajada que le había hablado por primera vez cuando tan solo tenía siete años. Chester también había estado allí, entonces un adolescente flacucho y nervioso que le miraba de arriba abajo con ojos voraces, esperando la señal que le permitiera ponerle las manos encima.


Chico, vas a tener que correr. Si consigues escapar, podrás ir donde quieras. Pero si no, si Chester te encuentra, lo mejor que te podrá pasar será quedarte inconsciente, ¿me oyes? –Olivia le puso las manos en los hombros, y los grandes y asustados ojos de Ryan se fijaron en ella–. Si quieres escapar, si quieres vivir, Ryan, vas a tener que correr.  

2 comentarios:

  1. Nota sobre Eri:
    se queda siempre, SIEMPRE, en lo más dramático del mundo. Justo dknde duele, ahí, ahí se pone al día Eri y se queda sin màs que leer justo cuando más quieres seguir, más te has enganchado, y más escuece.
    con lo que calculo que va a tener problrmas cardíacos a los treinta.
    Escribes tan bonito que contribuyes. Que lo sepas.

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  2. Me encanta leer e imaginarme absolutamente todo con las descripciones. ASÍ QUE ENCANTADA ME HALLO al leer uno de esos textos. Es que he podido oler la comida pastosa, he podido oír sus palabras, sentir los latidos, los resoplidos, el sudor. No sé, Elito, ojalá no te acabes nunca.

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Puedes dejar algún suspiro que otro. Bueno, si quieres.