no tengo talento.

A veces me siento fuerte y creo que me voy a comer el mundo. Que todas las cosas que he superado, toda la mierda que ha dejado de mancharme los pies, ha ayudado a formar una versión de mí misma que podrá salir adelante y forjarse un futuro. Que escribiré toda mi vida y recitaré en voz alta y sin avergonzarme. Que los estudios que tengo me ayudarán. Que las cosas que estoy haciendo hoy me servirán mañana. Pero en realidad no puedo evitar ver el autoengaño cuando me miro al espejo y notar cómo la mentira me asoma por la boca.

Soy todo fachada. Soy todo lo que me he creído y todo lo que sé falso pero no termino de negar.

Y no tengo talento. Lo sé desde hace tiempo, pero me lo callo porque a veces tengo ideas buenas y los versos que me salen no son una bazofia; me lo callo porque hay cosas que salen de mí que no apestan al miedo que huelo por la noche.

Pero no, no tengo talento. No valgo para memorizar fechas. Aprendo un nombre y olvido cinco. Memorizo la teoría y la escupo a la perfección, pero a los dos días ya tengo nueva porquería en la cabeza que ha extirpado a la anterior. Estudio historia y al poco ya no sé diferenciar los sucesos. Existo en un mundo académico en el destaco en ocasiones y en el que desde hace años no consigo encajar ni dejar de sentirme torpe, aunque haya aprendido a camuflarme y a desenvolverme.

Y es que hay días que sé que el mundo se me comerá viva sin pestañear, aunque al rato respire y me vuelva a creer invencible.